Las dunas y las olas

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Imagen de Robustiano Jiménez que, junto a Paco y Simón, eran los tres guardas contratados por Tomás Maestre para la vigilancia de La Manga / DLM

Soy hija de Antoni Bonet Castellana, un arquitecto racionalista, esto ya es una definición en si mismo, una manera de ser, de estar, de creer y de vivir.

Una familia libre, tolerante, abierta, progresista y marcado por los exilios, políticos y económicos, por una vida detrás de las obras, un poco trashumantes, con muchos apegos y sabiendo que en cualquier momento hay que abandonarlos.

Una familia poco usual, diferente, y no me di cuenta hasta años después, formada por mis padres y yo, donde los amigos se convierten en raíces, los lugares en realidades momentáneas, que pueden durar o no, por lo que te aferras al momento y a las gentes con un cierto frenesí, sabiendo que en cualquier momento serán recuerdo.

No teníamos lugares fijos de vivir, mucho menos de donde pasar las vacaciones. Todo estaba supeditado a donde tuviera trabajo mi padre, donde pudiera optimizar el su tiempo, conjuntando el verbo trabajar con el de estar juntos, en mis vacaciones escolares.

En ese contexto conocí yo La Manga del Mar Menor, creo que las primeras veces viviendo en Madrid y luego ya desde Barcelona.

Teníamos casa y estudio en los dos lugares y solo cambiaba a que colegio me llevaran ese curso, medio curso o el tiempo que fuera, nunca me salen los mismos cálculos pero creo que en total fui a unos diecisiete colegios, entre cambios de ciudad, cambios de criterio por parte de mis padres y alguna revuelta mía, que de todo hubo.

Con lo cual mis vacaciones en La Manga eran un sueño, buscado sueño.

Un patio de colegio donde ser más libre, mas auténtica y dejar de ser la novata en todo y todos los días. Aquí todos éramos novatos siempre.

Diferentes edades, orígenes, todos mezclados y todos o casi todos, intentando crear una “tribu” para pasar las vacaciones lo mejor posible.

No había muchas reglas, pocos horarios y un solo y grave inconveniente: cómo desplazarnos por esas carreteras bordeadas de palmeras y farolas, solitarias y todo muy lejos de todo. Cómo ser autónomos de nuestros padres era una búsqueda incesante, bicicletas, hermanos mayores de amigos, que te llevaran, algún coche que paraba y te acercaba al destino y sé que ahora suena extraño, pero recuerdo llevar cantimplora con agua por miedo a la sed.

Éramos una “panda” de lo más eclética, si exceptuamos a los que que “tenían casa” que eran la élite para nosotros.

Nosotros hijos de ingenieros, de constructores, de algún comerciante, de algún profesor, de veraneantes. Nos juntábamos todos, desde los muy pequeños, los que ya los dejaban salir solos por ahí, hasta los mayores, con carnet de conducir, evidentemente, los más solicitados

Madrileños, vascos , catalanes (creo que catalana fui siempre la única) ”la niña del Nou Camp” algunos cubanos exiliados en Madrid, argentinos, algún norteamericano despistado…

Nuestros sitios, los pocos que habían, un cine al aire libre, el Tiro al Pichón, el Náutico, los hoteles y, de mayores, El Palmero y algún lugar de cervezas que no recuerdo el nombre.

A veces había invitaciones a casas particulares, las grandes casas de la época, pero realmente a nosotros nos gustaba mucho más ir a cualquier playa, bañarnos como locos, tirarnos por las dunas con cualquier madera, hacer nuestras hogueras, ir todo el día salvajes casi sin horarios y sin muchas reglas.

En busca de esta autonomía muchas veces no había suficientes bicicletas para todos, ni nada semejante y por suerte para mi, una vez el hermano mayor de alguien me dejó una moto de montaña que se habían traído en un trasportín y me la prestaba por horas.
Tenía la suerte de saber ir en ella gracias a mis días en Puigcerdà en la Cerdanya, donde teníamos el mismo problema de movilidad, así que mi ilusión fue enorme. Me la dejaban durante todo el día hasta mi toque de queda, sobre las 9 o las 10 de la noche, que el dueño la venia a buscar al Hotel Galúa, nuestro hogar en La Manga durante muchos años.

El inconveniente para mi es que era muy grande y pesada, y mi terror era tenerla que arrancar sola, pues la patada del arranque era tremenda. Pero una vez arrancada todo era un sueño, me sentía una reina, yendo y viniendo a mi capricho.

En esa época yo llevaba el pelo larguísimo y lo más cómodo, que a mí me parecía lo mejor, estábamos en plena moda “hippie”, era llevar una trenza larguísima.

Un día, al poco tiempo de llevar “mi moto” en un cruce se puso a mi lado un coche y me hizo signos de que parara. Realmente no me apetecía nada, pues tendría que volver a arrancarla, pero el coche insistió y oí la voz de Tomás Maestre, todos la conocíamos, y me paré en seco.

Se bajó del coche y con voz muy seria me preguntó qué hacía yo con esa moto, dónde iba y todo el interrogatorio indicado para la ocasión, pues además yo tendría solo unos doce años y la moto abultaba mucho más que yo.

Le conté la historia, mi alegría de ser independiente, me escuchó atentamente y me dijo, todavía muy serio, que le siguiera. Así lo hice y me llevó hasta la caseta de la entrada de La Manga, donde estaba la barrera y llamó a uno de los de Seguridad de la puerta mientras me cogía de la trenza y me llevaba casi a la fuerza hasta él.

-«A ver Paco, esta señorita puede estar dentro de La Manga con esta moto, yo la autorizo, pero si intenta salir llame a la Guardia civil y deténgala»

No sé si me dio más miedo su voz, lo de la Guardia Civil, Paco serio o el tirón de mi trenza pero mi alegría fue infinita… ¡tenía permiso de Tomás Maestre para ir en moto por toda La Manga!

15 Comentarios

    • Me llena de orgullo poder trasladar a alguna persona a su infancia, dicen que la manera más sencilla de recordar son los olores, así que hacerlo con palabras me parece un milagro, más gracias a tus ganas, que a mis propios recuerdos. Pero todo un honor poder ir de la mano a esa Manga, tan feliz, tan distinta y diferente a lo que nadie hoy puede imaginar, pero todos ,creo, que somos conscientes de haber sido unos privilegiados, por conocerla, por valorarla, por saber que fue real, y si somos capaces de transmitir lo que fue, evidentemente, no todo bueno, creo que sabremos transmitir que los «buenos mundos” son posibles, saber que utilizar todo lo bueno que nuestra sociedad digital y moderna, no es incompatible con la recuperación de otros valores, los de las amistades, la libertad, las libertades, el respeto humano, sin importar nada mas que la persona y sus valores, transmitiremos aquello que vale la pena restaurar y no dejar que el tiempo y los prejuicios nos dejen que la mala hierba lo inunde todo y lo unifique. La Duna y la ola hay que ponerlas en valor y luchar por hacerles una rehabilitación profunda y reconvertir La Manga actual en un conjunto más habitable y con habitantes muy orgullosos de su realidad y de su pasado.
      En el fondo tenemos un gran edificio antiguo que lo ha invadido la maleza, que no cumple ni siquiera las actuales ordenanzas, que no cumple las necesidades de sus ciudadanos actuales, y hay que hacer intervenciones puntuales, buscando aquello único que tenía, pero actualizarlo, remodelarlo, desde el cariño y el respeto, pero buscando las nuevas necesidades de sus ciudadanos actuales.
      Un gran abrazo y si consigo regresar a La manga, espero tener la alegría de conocerte.

  1. Me ha encantado tu relato, mis vacaciones de verano de niña también eran en la Manga, y aún después de 40 años, aquel grupo de chavales de diferentes ciudades que conviviamos en la misma urbanización, que esperábamos con ansia la llegada del querido verano para volver a vernos pues las redes sociales y el tan conocido WhatsApp no existian, ahora todos tenemos hijos y ellos siguen nuestro legado de pasar en La Manga los mejores veranos que tendrán en sus vidas. Nosotros como padres orgullosos de que ellos tambien puedan disfrutar de esta bonita playa nuestra qué es La Manga, gracias Victoria me has emocionado, hasta pronto

    • Me alegro mucho que las buenas tradiciones continúen, esperando que con ello se transmitan aquellas vivencias y aquel amor por nuestro entorno y nuestros lugares.
      Ahora es el momento te luchar para recuperar lo recuperable y mantener ese espíritu.
      Espero poderte conocer y así charlar de nuestros veranos…….Un abrazo

    • Muchas gracias por tus palabras. Así lo recuerdo y creo que así lo viví. Luchar por mejorar y recuperar es ahora nuestro poder y nuestro esfuerzo, en nuestras manos esta, empezando por conocer lo que fue bueno y lo que fue malo. Es un paso.
      Un abrazo.

  2. Se perfectamente de lo que hablas, yo soy de Melilla y justo allí tenemos, ya en Marruecos un fenómeno geográfico idéntico a este yo la conocí de pequeño y de adolescente, virgen, tan solo con algunas cabañas de madera de auténticos privilegiados. Esa Manga es hoy irrecuperable, pero los que hoy estamos ligados a ella podríamos mejorarla, recuperarla y sobre todo protegerla. Deberíamos …………tenemos que.

  3. Estoy alucinando al ver todos los edificios que tu padre hizo en La Manga.Yo vivía en la Torre Navarra en la plaza bohemia.Año 1970.Y se lo que era La Manga.Lo del club náutico es curioso.Creo recordar que allí habían sillones diseñados por tu padre con la tela verde,más bien de lona.Yo siempre estaba allí o dando clases de vela con Sandrina o jugando al tenis y siempre con mi bici.Era El pupas porque todos los veranos me pasaba algo.En el 73 hice una hoguera en una caseta de obras en el monte blanco y explotó.Gracias a los camareros del bambú que al apagar el fuego vieron algo que se movía hoy estoy aquí hablando contigo.Yo tenía 6 años.Estuve en Madrid casi un año hospitalizado.Un saludo.

    • Buena memoria. Los BKF de lona eran una maravilla, siempre nos acompañaron por el mundo…..En aquella época se hacían de lona de cubrir camiones, para que aguantaran el clima y los colores los hacían divertidos y contrastaban con el hormigón….Un día de estos publicare la lista completa de la obra de mi padre en La Manga, hay alguna cosa ,todavía, que afinar. Un gran abrazo