Pirámides rojas, José Luis Rubio y Rafael Alberti

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Creo que las casas tienen alma y espíritu, y un carácter propio, mezcla de la creación de un arquitecto y de unos dueños de casa. Tiene personalidad, unos colores, olores y sonidos bastantes únicos.

Más allá de la crónica arquitectónica, del análisis de los grandes historiadores de la arquitectura, para mí pueden y me transmiten una mezcla de lo vivido en ellas, de mis impresiones desde niña, cuando no sabía que había pirámides de tres caras o de cuatro.

En este caso, la casa Rubio, llamada La Gola en La Manga, tiene pirámides de tres y cuatro caras, en el exterior de cuatro caras de cerámica roja, y en el interior de tres lados en la cerámica de color natural forrando cada una de esas caras, y un mástil de barco.

Tanto la cerámica exterior esmaltada como la cerámica interior muy trabajada se hicieron especialmente para esta casa. Piezas únicas que ayudaban a crear espacios irrepetibles.

Una casa donde creías que tendrías que andar de puntillas y subirte la falda para que el mar no te mojara el dobladillo, haciendo equilibrios sobre el agua del mar plano.

Esas pirámides y ese mástil eran una referencia incluso geográfica, cuando llegaba alguien nuevo a La Manga, le dabas las instrucciones de llegada diciendo antes o después de las pirámides, lo cual era toda una sorpresa para muchos, hasta que las veían. Ya se convertían para ellos también en referente.

La geometría era algo asumido en mi casa, tema de conversación en el desayuno, mi madre diseñaba joyas y desde siempre, al lado de mi padre, sabiendo que había que utilizar exactitud en todo, también en los términos, podíamos parecer algo, solo algo “raritos”.

Casas con cubiertas planas, con bóvedas, con semiesferas, con forma de teja, de teja invertida, cúpulas, bóvedas troncocónicas, bueno, cubiertas especiales.

De los dueños de las casas, de sus necesidades, sus hábitos de vida o sus costumbres, también era algo de lo más variado. Casas con pistas de baile, con grandes bibliotecas, billares con patas de león, altavoces del tamaño de un armario, grandes garajes, cocinas de cine o capillas.

Casas más ermíticas, más abiertas, no solo por la topología o el clima del lugar donde están ubicadas, sino por las necesidades de los dueños de casa para su vida cotidiana.
La casa Rubio era una casa volcada en si misma, a sus varios patios interiores, dando a diferentes estancias, y creando intimidades muy especiales y de alguna manera misterios en cada nuevo patio que te vas encontrando.

Esos patios eran un placer casi árabe, un baño volcado hacia un espacio exterior, tan grande como el, que confundía los sentidos sin saber cuándo estabas dentro o fuera. Una belleza de bañera tocando casi el césped, casi bajo las ramas de un gran limonero.

De cine y un sueño. Sobria en su interior, toda de ladrillo revocado y pintada a la cal.
El dueño de casa, un gran aficionado al mar, gran marinero, quiso poner a su casa un mástil de barco, de un gran velero y así se hizo.

Comentaba con extrañeza la naturalidad con que mi padre había tomado la idea, sin hacer demasiadas preguntas, solo las más necesarias, ¿dónde lo quieres?¿a quéaltura lo quieres?

Él no sabía que mi padre ya había colocado un mástil en Punta Ballena, Uruguay, en una pequeña hostería llamada” La Solana del Mar”.

Y que gracias a la vida, tantas décadas después, más de 70 años, todavía ondea su vela.

Texto de Rafael Alberti de 1968 llamado»Antonio Bonet arquitecto»:

“Atravesando el viejo bosque Lussich, a través de los nuevos caminos abiertos por Bonet, se encuentra la Solana del Mar.

Antonio Bonet firma ya para siempre en uno de sus muros. Delante, brotando de la arena hoy verdecida, sube hacia las estrellas, frente al océano, el mástil de un navío.
Aunque no lo veáis, el nombre de Bonet también ondea en su bandera.

Tristeza que con esta casa la vida no haya sido igual de benévola, que solo nos quede nuestra memoria, algún video de la época y alguna foto.

Pero en nuestra memoria veremos el mástil, veremos unas pirámides rojas y solo tenemos que intentar contar esta historia lo mejor que sepamos, para que su recuerdo siga vivo y ondee esa bandera».

2 Comentarios

  1. Conocí perfectamente esa impresionante e icónica casa, así como a toda la familia Rubio Vilar. Al papá, a quién apodaban «el camisón» por las grandes guayaberas que usaba debido a su gran corpulencia, a su esposa, la maravillosa Nuri, que nos dejó no hace mucho, y por supuesto al carismático y ya de viaje eterno, Juan , a mi contemporáneo y entrañable amigo Alvarito, a la maravillosa Nuri quién también se nos fue dolorosamente tampoco hace tanto, a Marita a la que sigo viendo y queriendo y a Petete que como era más pequeño, no sabrá ni quién soy, pero tampoco sabrá que yo jugué en su fuerte del oeste tamaño natural que había en la Gola y disfuté viéndole ganar infinidad de veces en su optimist las regatas veraniegas. Madre mía! que cantidad de gratos recuerdos! Una vez más, te doy las gracias por seguir escribiendo aquí.