El plan y la realidad (y II)

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En los años 60, a su regreso a España, varios planes urbanísticos le encargaron, en la época del desarrollo urbanístico de las ciudades y de los centros turísticos.

Barcelona, “Plan de Ordenación de la Zona Sur de Montjuic” “Plan de La Ribera”, plan para Salou, Plan para Calella de Palafrugell, Plan para Málaga, Plan para Marbella, Plan para La Cerdanya, y algunos que ni siquiera llegaron a guardarse en el Archivo de Obras.

Pero seguramente la niña mimada fue La Manga, por sus vivencias allí, por su implicación personal con sus gentes, por la cantidad de obras encargadas y realizadas. También tuvo sus disgustos, sus diferencias, y sus dificultades. Imposible conjurar, conjuntar tantos intereses diferentes, sin haber discrepancias algunas veces muy difíciles de solventar, equilibrios que todos los arquitectos conocen y sortean con muchos disgustos, renuncias, tanto por criterios urbanísticos, habitacionales, de diseño, como económicos, o de rentabilidad.

Incluso con los tiempos y los cambios sociales esas prioridades cambian de manera muy sustancial.

Nadie diría hoy que afectar el paisaje, el ecosistema, las necesidades energéticas, en una sociedad cambiante no son prioritarias.

Hoy sabemos que conjurar las necesidades del ser humano con su entorno es mucho más complicado, porque como premisa hay que valorar qué prioridades y en qué orden tenemos o queremos vivir. Porque es mucho más decisivo decidir qué ser humano queremos ser, cuál es nuestro presente y cuál es nuestro legado para el futuro.

Si nuestros intereses inmediatos, si hoy es más importante que mañana, si lo habitual es lo correcto, si lo individual es más importante que lo colectivo, si tenemos que decidir basándonos en las mayorías o intentar mejorar los hábitos hacia intereses más correctos como comunidad.

He leído hace muy poco que una ciudad va a poner las señales de tráfico peatonales dibujadas en el suelo, para aquella gente que va mirando la pantalla del móvil y su seguridad vial. Parece una discusión absurda, pero en el fondo es un ejemplo de la decisión de tomar una medida aceptando la realidad, o decidir si a la realidad hay que modificarla con educación vial. Aceptamos la inmediatez de un problema, el de hoy, desconociendo cómo será el de mañana, o intentamos mantener una cultura peatonal clásica y educada en otras maneras menos individuales de comportamiento.

Una amiga mía me planteó hace algún tiempo una pregunta tertuliana muy curiosa y peculiar. Sabiendo que soy una gran amante de los animales y sobre todo de mis compañeros de viaje en la vida, mis perros, porqué no dibujaba un aseo para ellos en un piso. Porque ensuciar la ciudad, el barrio, la comunidad, con sus necesidades si cada uno de nosotros podríamos solucionarlo en nuestra casa.

Desde esos pequeños planteamientos individuales y nuevos, hasta los grandes discursos de una ciudad como Venecia, donde ya se plantea su muerte por el éxito de nuestro amor como viajeros hacia ella. Algunas veces la visión de la gran película de Visconti, “Muerte en Venecia” y su maravilloso Tasio, puede parecer mucho más que una muerte anunciada.

Sabemos ya que se puede morir de éxito, sabemos que se puede morir por la industrialización y su crisis como Detroit, sabemos que grandes zonas turísticas pueden ser abandonadas, desprestigiadas, por exceso de turismo de masas.

Ahora conocemos adjetivos despectivos o descriptivos que son nombres de ciudades o pueblos turísticos, cuya imagen queda dañada por un uso habitual de su nombre adjuntado a lo malo o lo indeseable de un lugar.

Nuestro trabajo como ciudadanos es también tomar esas decisiones. Decidir, trabajar y ser muy activos en la lucha de nuestro lugar de vida, de nuestra comunidad. No podemos dejar que nadie tome esas decisiones tan importantes, esas variantes en nuestros hábitos cotidianos, incluso en la degradación de nuestro entorno sin nuestro consentimiento, saber elegir nuestras prioridades y barajar correctamente los intereses individuales con los colectivos.

Aprender que no siempre hacemos y nos comportamos como buenos ciudadanos, no siempre somos empáticos con las necesidades de las minorías. Nuestros ancianos, y nuestros niños tienen mucho que contarnos sobre que dificultades encuentran en la vida cotidiana, en todo aquello que no tienen, en todo aquello que añoran. No siempre nuestros derechos se respetan pero responsabilidad nuestra es exigirlos.