Vuelvo a La Manga con mis recuerdos

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Victoria Bonet, en la piscina del hotel Galúa donde pasaba largas temporadas hospedada / V.BONET

Ahora que me faltan cinco días para volver a La Manga, me siento nerviosa, muy ilusionada y muy intranquila.

Es un viaje importante para mí.

Después de tanto tiempo, quizás más de treinta años voy a volver a una de mis infancias.
Todos tenemos muchas infancias, la familiar, la de la vida escolar, la de los amigos y las de las primeras lecciones de vida, todas coetáneas y muy incoherentes entre ellas y todas muy reales.

Y en todas fuimos reales, no necesariamente fingimos o fuimos falsos, pero es la manera de crecer de los seres humanos, tomando información y hábitos de aquí y de allá, somos permeables a todo y tremendamente influenciables, para bien y para mal.

Además, indudablemente para mí, es también y sobre todo, reencontrarme con mi padre, con su vida y su obra. Siempre me acompaña en mi memoria, es un diablillo que viaja en mi hombro y ve todo, incluso lo que yo no quisiera que viera. Mis fracasos, mis equivocaciones, pero también mis valentías y mis luchas. Igualmente como todo hijo, jamás me sentiré tranquila con su sombra a mi lado.

Siempre me he sentido acomplejada por su figura y lo único que puedo hacer es asumirlo. Sé que siempre me quiso y eso ya es una tranquilidad inmensa, pero su memoria es tan grande y yo me noto tan vulgar a su lado que, algunas veces siento que mi carga es muy pesada. P

ero es una sensación muy efímera, porque lo compensa el tremendo orgullo de saber que le acompañe siempre, y que fui una buena compañera de viaje para él.

No siempre somos los hijos ni los padres que nos hubiéramos imaginado ser en los cuentos y los sueños infantiles, ya sabemos que la vida nos conduce a senderos complicados, atajos muy largos, pero los cimientos bien planteados siguen ahí, son casi más fuertes que los vientos y los años.

Recuerdo que una vez le conté a mi padre que me gustaría ser veterinaria, o bióloga, para poder estar siempre con animales. Evidentemente soy de la generación de Rodríguez de la Fuente, por lo cual todos nos creíamos aventureros, exploradores y naturalistas. No me llevo la contraria, solo me recordó que normalmente los veterinarios ven a vacas, a ovejas y en la ciudad a mascotas. Que el zoológico era para privilegiados o muy, muy buenos en lo suyo.

Entendí a la larga que vacas y vacunas no era lo que yo soñaba. Él sabía que yo adoraba a todo animal viviente y siempre le gustó que yo me criara entre perros, mi madre desde sus soledades y miedos en su cabaña en Punta Ballena, Uruguay, adopto la costumbre de tener perros gran danés, que se llamaban Mago, hubo el I, el II y el III.

Mi madre nunca explicó el porqué de siempre en mismo nombre, pero supongo que así sentía menos la añoranza de la pérdida de uno, tras la llegada del otro. Eran “Azules”, que quiere decir grises con ojos azules, muy grandes, muy tranquilos, muy serenos y muy leales. Mi madre los enseñaba a acompañar al visitante en la entrada sin ningún gesto, solo su tamaño impresiona, y así decía que no tenía cerca de ella un perro ladrador ni molesto y mucho menos peligroso. Durante el día son muy tranquilos, por el calor y al caer la noche se activan mucho más, con lo cual eran ideales para hacer compañía ha esta familia tan especial.

Mi madre madrugadora, llena de energía, capaz de hacer mudanzas de muebles sin sentarse a tomar un café. Mi padre y yo muy lentos, ritualistas, y sin café por la mañana, ahora solo uno de verdad, los demás descafeinados, incapaz de poner una palabra detrás de otra, de una manera coherente. Así que si había que quedarse a trabajar la entrega de un proyecto, mi padre y yo, y los arquitectos voluntarios, nos reuníamos después de cenar en el estudio a dibujar, escribir memorias de materiales, ordenar copias de planos, rotularlos, hacer carpetas y más carpetas y hacer unas montañas inmensas con todos los juegos de planos y memorias, una copia para la propiedad, una copia para el ayuntamiento, otro para los bomberos, otra para el Colegio de Arquitectos, y otras varias para todas los profesionales que trabajarían en la obra, carpintería, empresas especialistas en hormigón, de electricidad, de aguas, ascensores, y todo dependiendo de qué tipo de constructora llevara la obra, pero mi padre a todos los controlaba, llegaba a hacer planos escala 1/1, es decir, a tamaño real, a planos para los carpinteros y yeseros. Y sus visitas de obras eran temidas, muy temidas.

El día anterior a una visita siempre alguien llamaba por teléfono preguntando por si iría el Arquitecto, a qué hora, y toda la información que pudieran sonsacarnos. Cuando íbamos otros del estudio, aparejadores u otros arquitectos, veías y sentías sus suspiros de tranquilidad.

Realmente era muy exigente, pero sobre todo tenía una visión tan rápida y tan certera que los fallos, grandes o pequeños los veía a leguas. Y era entonces temible. Bajaba la voz, era su técnica, y decía muy bajito el comentario. Eso te descuadraba e impedía que hubiera una palabra más alta que otra. Era implacable y severo, pero exquisito en las formas, en la educación y en las maneras. Pero todos sabíamos que lo habíamos hecho mal, culpables y sin embargo jamás faltaba el respeto a nadie.

Esa rectitud también iba con él en su vida, como amigo, como marido y como padre. Formaba parte de su ser, de su manera de ser, quería respetar y ser respetado, exigía lealtad y perfección, pero él te la daba siempre. Seguramente sus reglas eran más duras con el mismo que con los demás.

Espero en La Manga verlo en sus obras, en sus gentes y en las dunas.

14 Comentarios

  1. Mis recuerdos y los de mis contemporaneos son de miles de dunas maravillosas, hablo de los años sesenta en primera persona, se penso en elevar carreteras para no afectar sus movimientos, y me entristece mucho que hoy en dia no se puedan disfrutar.Un saludo.

  2. Yo llevo 43 años veraneando en la manga desde 1975 y llegar desde Bilbao no era sencillo. Mi padre descansa en la manga en un bonito roqueo al que vamos a verle todos los veranos.
    Yo fui de los que disfruto de las dunas de la falta de semáforos de los guardias jurado en fin disfrute de la veedadera manga.

    • Gracias por compartirlo, gracias por vivirlo, y así cada día somos más los que amamos un lugar común y eso nos une mucho más que ningún pegamento, son raíces muy profundas que tenemos que aprender a abonar entre nosotros. Un gran abrazo.

  3. Espero que su visita le traiga buenos recuerdos.
    Revivir los espacios de nuestra adolescencia es recorrer el mundo de nuestras ausencias, todo nos parece más pequeño, nos falta tamaño y nos queda hueco.
    Treinta años sin visitar La Manga son tantos como los que yo llevo disfrutándola pese a sus pesares, que son muchos y que inexplicablemente son compensados por el milagro de la vida y el mar, que por más que nos empeñemos siempre serán abundantes en este pequeño paraíso eternamente imperfecto e inacabado.

    • Amigo, como la vida, inacabada e incompleta pero maravillosa. Espero poder agradecerte en persona tus palabras y el detalle inmenso de que lo compartas conmigo y con los lectores. Un gusto precioso leerte y pensar lo que escribes.

  4. Tuve la suerte de ver “el Puente la Risa” y lo que lo rodea estos días, me faltó tiempo para ver todo lo que quería, pero si es cierto que todavía hay pequeñas zonas donde la tierra, la arena, el agua y la vegetación recuerda esa primera Manga. Pero estamos hoy aquí y tenemos que soñar en mejorar lo que tenemos, en intentar convivir con lo que hay y luchar por mejorarlo y que los sueños de los que nos siguen sean mucho mejores que nuestras realidades. Un gran abrazo y un placer leerte como siempre.

  5. Allá por el año 73 con 6 años y, gracias a mis abuelos empecé a veranear en La Manga, 20 años seguidos en los que pasé mi niñez y mi adolescencia, fui viendo cómo La Manga cambiaba y ella vio cómo antes con mis abuelos, padres, después con mis hijos y ahora años después con mi mujer sigo veraneando allí cada vez qué puedo, conozco la historia de La Manga y ella conoce la mía.