El duro invierno

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A orillas del mar en Santiago de la Ribera, miro hacia el horizonte encendido.

Amanece, hemos quedado a grabar para el Mar Menor con estas horas de luz. Mientras se prepara el equipo, mi silencio y yo nos conectamos a nuestra historia para formar parte de un todo. Cuando estoy aquí siempre busco al otro lado de la laguna el lugar de mi infancia donde aprendí a ser libre, indómita, a tener conmigo una semilla de resistencia procedente quizá, del duro invierno. La Manga se alza con sus edificios rompiendo la línea rojiza mientras rotamos imantados a la Tierra hacia el saludo del astro rey.

Y siento cómo la brisa compartida me trae esos inviernos en el lugar desde el que es posible mirar hacia dos mares con solo girar la cabeza. El único lugar del mundo que te permite pasar del intimismo sereno del Mar Menor al horizonte azul del Mare Nostrum. Este privilegio hoy solo es posible en algún punto del brazo de tierra que es La Manga. El invierno entre dos mares que yo viví se ha endurecido artificialmente conforme el lugar ha ido llenándose de absurdos proyectos urbanísticos, turísticos, recaudadores, de todo menos de proyectos con identidad.

Ahora es temporada de discursos coloristas, de increíbles propuestas para La Manga y Cabo de Palos, de contar con los afectados, de visitas, de tener un plan o varios. La desidia de las Administraciones responsables es legendaria. La avidez de los cazadores de dinero explotadores de un espacio natural, brutal. Y ni unas ni otros son capaces de crear un modelo de desarrollo con cabeza y corazón. La Manga es un crisol de personas con diferentes formas de pensar y vivir cuyo punto de unión es la convivencia en un lugar maravilloso. Sin embargo, este es un hecho incómodo para los partidos políticos que sobreviven de la inseguridad, de la desunión y del desconocimiento.

En esos inviernos en los que el mar rugía y las dunas se convertían en campos de juegos cambiantes, en los que el colegio estaba en Los Belones y la iglesia en Cabo Palos, cruzaba corriendo alegremente un Monte Blanco intacto para jugar con una amiga de otra nacionalidad que vivía a orillas del Mar Menor. Hablábamos un mismo idioma, no había que integrarse porque estábamos más allá de aquello.

Estábamos creando un nuevo modelo de convivencia y desarrollo forjado por ese bello y duro invierno.

2 Comentarios

  1. Absolutamente de acuerdo con Celia. No puede estar más acertada en su radiografía de la actual situación del Mar Menor y sus poblaciones ribereñas pero en mayor medida de La Manga. ¡Ya estamos en feria electoral! ¿Alguien promete más?. Por suerte después llegará el verano y todas esas promesas y buenas intenciones se sumarán a la inmensa lista de incumplimientos. Y la vida sigue, aunque no para todos igual.