La poción mágica

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El Pipurrax era un lugar de copas y cafés emblemático en el Mar Menor en cualquier estación.

Cuando el tráfico circulaba paralelo a la costa de Santiago de la Ribera y enlazábamos con Lo Pagán en un maravilloso paisaje salpicado de balnearios, jóvenes y no tan jóvenes, nos hacinábamos en su interior, en la acera y, cruzando la carretera bidireccional, en el paseo.

Cuando entrabas podías elegir entre en la zona del patio o el interior de la casita, que es lo que era y es. Resultaba hasta difícil estacionar en las calles colindantes de la afluencia.

Y hoy, tras varias experiencias de diverso enfoque, aún resiste. Panadería José Antonio ha sabido mantener su esencia y añadirle el valor del chocolate en forma de langostino del Mar Menor, de Hippocampus o del C-101 de la Patrulla Águila. También tiene hortalizas y demás productos de nuestra huerta. Un dulce modo de crecer sustentado en nuestra identidad. Un modo que respeta lo que nos caracteriza en lugar de copiar megalomanías foráneas.

Si alzas la vista al techo reconoces las mismas vigas, antaño entre humaredas. Si vas al cuarto de baño Obélix y Falbala te indican el sexo y en el patio interior con su mosaico bajo los pies, te esperan las palmeras multibrazos y las mismas barras con las escaleras de acceso del fondo. Se siente una historia dentro. Me vi con unos años menos e igual energía e ilusión de pertenecer al lugar.

Al salir era mediodía, y estando ante la silueta setentera del Real Club de Regatas rodeada de los edificios que cortan el perfil de costa como torres vigía, me sentí saliendo como tantas noches sin fecha, al encuentro de la luna rielando sobre el Mar Menor.

Son esas las cosas que dan felicidad. Tenemos derecho a esa felicidad. Tanto fondo de desarrollo, tanta Edusi de dinero europeo a administrar ¿Qué parte contiene que revierta en la felicidad de reconocernos en los lugares que amamos? ¿Por qué es todo tan frío, tan reiterado y aburrido? Cuando las personas habitan una zona deben contar con los servicios de transporte, accesibilidad y comunicaciones, básicos para poder vivir en un lugar, pero que no son lo que les motiva a permanecer en él.

En el Pipu, pegada a la barra para sentir vibrar la música, ante una acústica años luz de la discoteca Kapital de Madrid, por poner un ejemplo que conozco bien, me había sido revelado el secreto de la poción mágica, esa felicidad de ser y estar.

2 Comentarios

  1. Es curioso que me sienta más de Santiago de la Ribera que madrileño, donde nací y habité tantos años hasta que me vine a Extremadura, donde resido actualmente.
    Aquel pequeñajo que aprendió a nadar al lado de la Academia y que aprovechaba los escasos quince días al año junto a sus padres y hermanos alojado justo en frente de un bar llamado «El Zorro», muy cerca de la frutería de Paloma.
    Siempre que puedo vuelvo a Santiago de la Ribera y, aunque todo está muy cambiado, sigue manteniendo la esencia.
    Gracias, Celia, por hacerme recordar el Pipurrax y aquellos veranos mágicos.