La Pasión según el mar

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La Semana Santa en localidades de costa sabe a sal.

El aroma del mar, junto al perfume de las flores que acompañan las imágenes recorren las calles, envolviéndolas al fusionarse con la humedad del aire. Se crea un aura en la que las luces titilan y hacen que todo tenga vida, un lugar al que arribar acogedor. Ni siquiera el cambio de la cera de las velas a la luz eléctrica o las luces led ha conseguido arrebatar esa sensación intimista y cálida.

Los sonidos que la acompañan son de los escasos que recuerdo, y vuelven a reproducirse en mi cabeza como redobles de tambor que llenan espacios salpicados a veces por las marchas de mi Semana Santa. Entre ellos hay dos sonidos que se sienten aquí cuando entran en ti y te recorren; el de las caracolas y el de las sirenas de los barcos de pesca.

Conocí la procesión del Jueves Santo en Cabo de Palos aquella vez que siendo niña participé. Como cartagenera y marraja desde la cuna, sentí y siento el vínculo de la pesca compartido. De la noche del Jueves Santo a la mañana del Viernes, entre Cabo de Palos y Cartagena, se respira la pasión marinera de unos mismos orígenes cofrades, de un mismo regalo del mar. La pesca ha sido y es una profesión dura. Alzar al cielo la mirada y rogar, cuando el esfuerzo humano llega al límite y la naturaleza es incontrolable, ayuda en la soledad de un mar que solo se obedece a sí mismo.

El Santísimo Cristo de los Pescadores en sus orígenes miraba también al cielo mientras lo sustentaban fuertes brazos con destellos amarillos de chubasqueros. Hoy, el fulgor amarillo nace de adultos y niños iluminados a la luz de los faroles, casando lo viejo con lo nuevo, y dejando a su paso un mar de ilusión. El eco de las caracolas anuncia la salida y también el regreso, retumbando sobre piedras, casas y cuerpos, llenando el aire de eternidad y dejando un halo de esperanza.

Este año la Cofradía de Cabo de Palos celebra su 50 aniversario con novedades en vestuario, tercios, nueva imagen del Nazareno, nuevo recorrido y lugar de regreso. Larga vida. El Nazareno que sale de Santa María del Mar y se recoge en la lonja bajo el Faro, el Jesús que sale de Santa Lucía y se recoge en Santa María, ambos al encuentro de su madre, en recorridos emblemáticos de las familias del mar. Y siempre, esa Madre Dolorosa que cierra los desfiles pasionales, supervivientes ambas de aquella guerra entre hermanos.

El aire muchas veces se corta allí y aquí, con saetas inmensas. Y el ambiente salino de noches y madrugadas entre reparos, asiáticos y caldo con pelotas, siempre trae una caricia del mar. Caracolas, sirenas, redobles, marchas, saetas, vivas, salves, olas. Velas, hachotes, cartelas, faroles, lámparas, faros. Flores, imágenes, sudarios, capuces, túnicas, chubasqueros, tronos, barcos, brisa, mar. Belleza, historia, sentimiento, vida.

Si el Cielo nos da un respiro, amaneciendo o bajo la luna, custodiados por el Nazareno y la luz del Faro, la Salve cartagenera será por unos instantes la voz de las caracolas navegando hacia otros corazones, otras tierras, y el mismo mar.

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