1617: El desastre de Cabo de Palos

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Corría la primavera de 1617 cuando, en las calles de la ciudad de Lorca, el redoble de un tambor anunciaba la demanda del “servicio al rey”.  El tambor, acompañado de un abanderado y del capitán Constantino Garcés, no era una novedad en la ciudad. Los lorquinos eran conscientes de que aquel sonido anunciaba nuevamente una leva de soldados que irían a combatir en Italia, Flandes, África o en cualquiera de los territorios en los que la Corona de España ejercía su soberanía.

Obviamente, el anuncio no era del agrado de la ciudadanía que veía como sus mejores hombres, pero también vagos, borrachos o delincuentes, entraban a formar parte de los formidables Tercios Españoles, que combatirían por todo el mundo.

Una vez completada la cuota, los nuevos soldados marcharían hacia Murcia y, posteriormente, a Cartagena, donde habrían de unirse a los procedentes de otras levas y embarcar con rumbo a algún puerto italiano.

A finales de Julio, la ciudad de Cartagena bullía de actividad. La Casa del Rey, sede de la Proveeduría de Armadas y Fronteras, era el centro de acopio y distribución de mercancías y materiales de guerra. Allí se concentraban 14 compañías con un total de 1857 soldados y sus mandos, prestos a embarcar con destino a Nápoles.

Aguardaban a las tropas varios buques mercantes que habían sido embargados a sus propietarios, entre ellos cinco urcas holandesas, un navío francés, un navío napolitano y una saetía, que se encontraban en el puerto de Cartagena, y nos las habituales galeras, lo que tendría funestas consecuencias más adelante.

Con los retrasos habituales en operaciones de esta envergadura, la flota se hizo a la mar el 3 de Agosto, cuando los trámites burocráticos y el tiempo fue más favorable. Aun así, los vientos en contra los mantuvieron prácticamente detenidos frente a las costas cartageneras.

Sobre las 10:00 del día 4, se avistan 15 velas por el horizonte que, ganando barlovento, dan alcance a la flota sobre las 14:00. Los navíos españoles, navegando en línea, identifican a los recién llegados como piratas y se preparan para el combate.

Sin embargo, poco avezados en el combate naval, los buques mercantes maniobran burdamente, dándole gran ventaja al enemigo. Así, la saetía abandona la formación para volver a Cartagena, otros tres se aproximan a cabo de Palos buscando la protección de los cañones de la torre cuyo lugar ocupa hoy el faro. Uno de ellos no llegará y se verá rodeado por cinco buques piratas. Otro más quedará rodeado por el resto de la flota pirata.

La nave capitana, acompañada por dos urcas, se bate bravamente y, al caer la noche, puede huir hacia Cartagena, junto con las naves acompañantes.

El resultado del combate fue desolador para los españoles: 380 soldados muertos, 250 capturados y esclavizados, un buque quemado y otro apresado. Los piratas perdieron un buque con su dotación, aunque no se tiene constancia del número de muertos y heridos.

La investigación que siguió al desastre puso de manifiesto que los españoles se habían enfrentado a parte de una flota de 53 navíos procedentes de Argel, de los cuales 35 se habían destacado a las costas de Cartagena.

En cuanto a las responsabilidades, la primera recayó sobre la Proveeduría de Cartagena, que había dispuesto buques poco aptos para un transporte seguro de tropas. Obviamente, el hecho de que fueran buques extranjeros embargados, no favoreció la maniobra de sus capitanes, más interesados en eludir el combate y poner sus naves a salvo, que en enfrentarse al enemigo.

Al final, la investigación se cerró en falso, echando tierra encima de tan luctuoso evento. Tanto es así, que la Proveeduría volvió a preparar el embarque de las tropas supervivientes en los mismos barcos que habían sobrevivido al combate, a pesar de las protestas de los mandos militares. Afortunadamente, la llegada de cuatro galeras de potencias amigas más otras seis españolas que se arribarían días después.

Los distintos destinos que tomaron las galeras tras su partida, dispersaron las compañías que con tanto esfuerzo se había logrado juntar. Algunas irían a Italia directamente, otras lo harían tras transbordar en Cádiz y otras irían a otros destinos.

Este es un buen ejemplo de cómo la carencia de una armada permanente y bien pertrechada, como se conseguiría en el siglo XVIII,