Gabriel Miró sobre Cabo de Palos: «En esta casita, aquí, cara al mar y junto a su orilla, quisiera vivir siempre»

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El escritor alicantino, de la llamada generación del 14, frecuentaba Cabo de Palos / DLM

Bajo el título “El tesoro de un alma de poeta” Antonio Ros publicaba un emotivo artículo sobre las habituales estancias de Gabriel Miró en Cabo de Palos. Fue el 4 de junio de 1930, una semana después de su fallecimiento en Madrid a los cincuenta años de edad:

“No hace todavía cuatro años que estuvo cinco días en Cabo de Palos, en la casa de un tío suyo, del inolvidable médico cartagenero don Antonio Ferrer.

-En esta casita, aquí, cara al mar y junto a su orilla, quisiera vivir siempre.

Se reía al oírle su buena hija Clemencia, que su padre no podía prescindir nunca del delicado verdor de la arboleda alicantina, del paisaje frondoso del Palop, tan distinto al desnudo y seco de la playa cabopalense. Pero Miró volvía a ratificar su afirmación, saliendo al paso de la duda filial. Y es que Gabriel lo tenía allí todo, porque aquello que le faltaba a la perspectiva marina lo ponía él con sólo cerrar los ojos.

En las noches del menguante me buscaba para que le acompañara. Íbamos –me decía- ‘a sacar la Luna’. Y subíamos cogidos del brazo, para no tropezar, camino arriba, hasta las rocas del semáforo, a la derecha del faro, entre Calafría y Calagrande, donde echados de bruces, aguardábamos silenciosos a que el astro de la noche emergiera del mar, en el filo del horizonte, en su viaje al cielo.

No me permitía que le hablara. Apenas respiraba siquiera. No parecía sino que temiera ahuyentar la salida de la Luna. Una noche en que, en momentos precedentes a la aparición del planeta, un trasatlántico, profusamente iluminado, se perdía en la lejanía, rompió Miró su silencio:

-Verá usted –me dijo- como esta vez nacerá más brillante la Luna. Todas las gotas de luz que derrama el barquito que se está tragando la noche van a caer, blaqueándola, sobre la cara lunar.

Vivía así siempre, Miró, como un gran poeta, alejado a todo lo que no fuese eso: poesía. Por eso, sus libros no alcanzaban los grandes mercados, ni las Academias si apresuraron a abrirle sus puestas. Por eso sus devotos, con ser muchos, no éramos tan numerosos. Pero, por eso también, sus fervorosos, en la hora de su muerte, lo hemos llorado con lágrimas abundantes, como ante la pérdida de una cosa muy nuestra.”